Soñar en Oria
La tarde era lluviosa y gris y yo iba ilusionado por conocer ese nuevo pueblo del que tanto me habían hablado.
Había salido de Puerto de Mazarrón y la carretera se me hacia eterna hasta llegar a Chirivel. Me pase de la salida Oria-Partaloa y tuve que volver marcha atrás para coger el desvió que me llevaría a lo que ahora considero mi pueblo.
Después de muchas curvas, pero todo el entorno lleno de pinadas, diviso el pueblo con su preciosa Alcazaba, pero¡¡horror, toda llena de antenas de telefonía!!
Pronto, en obras, me encuentro el cruce de Partaloa con la avenida de Andalucía, el colegio San Gregorio... y El Cañico, “El Cañico de la zorrica coja”.
Llego a casa de mis anfitriones y en una rojiza candela en la vieja cocina me caliento del fuerte frío invernal de este nuevo pueblo para mí.
Comienza realmente mi aventura conociendo las primeras gentes de Oria... bueno, ya conocía a quienes me habían invitado a visitar el pueblo.
Una buena sartén de migas con tropezones y una rica sopa de remojón calman mi hambre, es mi primera comida en Oria.
La luz se ha cortado y la casa solo esta iluminada con el fuego de la cocina, el patriarca de la familia, un hombre modesto, pero inteligentísimo, me comienza a contar historias y leyendas sobre Oria y la comarca.
Me habla del Carbonero, un bandolero muy listo y de la gente que le ayudaba a robar en las casas de campo, de la sierra de Las Estancias, donde la leyenda dice que su interior es hueco porque en ella hay mezquitas que eran utilizadas por los moriscos de la comarca cuando los Reyes Católicos, lo de la unidad de España, les obligaron a cristianizarse o ser expulsados al norte de África... y con la tripa llena, me pongo a soñar como seria aquello en aquella época tan difícil para los más desfavorecidos.
Cuatro casas hechas de adobe sirven de cobijo a unos cuantos vecinos que son hostigados diariamente a apoyar al ejército cristiano.
Mi padre no sabe como llevar un poco de grano a la casa para que mi madre haga una pequeña masa y cocerla a tipo de pan sobre la vieja tapadera de la más vieja olla.
Esta nevando desde bien temprano y ya, oscuro llega mi viejo sudando y cargado con aquel poco de trigo y unas cuantas algarrobas, que penosa vida nos ha tocado vivir, siete hijos en la casa, dos abuelas y un abuelo (el otro murió en la guerra)... y mis padres, todos contra el pedazo de torta de pan que se termina antes que la gana.
Mi madre dice que hay que dormir, hay que descansar un poco, mañana hay que volver al campo a intentar conseguir algo para seguir alimentándose, pero que difícil, todos los vecinos del pueblo están igual, el uno con la borrica cargada de leña para cambiarla por algo de comida en la casa del señoriíto, el otro buscando por el campo alguna cerraja para devorarla en el mismo sitio donde la ha encontrado...y después seguir buscando para llevar a casa algo para su esposa y los pequeños.
Nos encontramos un hombre en medio del camino con la boca seca y recién muerto, muerto de hambre.
¿Porque nos habrá mandado Dios a este mundo?, ¿acaso hemos hecho algo tan malo que tiene que castigarnos así?
A la altura del Daimuz encontramos cuatro casas de adobe con el tejado plano hecho con tierra láguela para cuando llueva o nieve, algo tan común en esta zona, no penetre dentro de las casas, nada peor o mejor que la casa en donde vivimos mi familia.
Pero aquí, al menos tienen cuatro pollos y un pavo que, si no pueden comerlos, al menos podrán cambiarlos en el pueblo por algo con que vestirse y comer, aunque sea una vez al día.
Me parece una familia privilegiada, ellos están solo pendientes de sus animales, son su supervivencia, los animales viven con ellos en la misma casa, hay que vigilarlos, alguien puede tener la tentación de robarlos... ¡¡el hambre es tan mala!!
Yo siento una envidia tremenda de ver a los cortijeros, ellos parece que viven mejor, pero no, estamos todos igual, si nada que echarnos a la boca.
El invierno promete ser duro este año y esta nevando fuerte y el regreso al pueblo se hace difícil, no hemos podido encontrar nada que llevar a casa, que pena, cada día tenemos todos menos fuerzas, estamos a punto de morir de hambre como el hombre que nos encontramos en medio del camino.
Al vernos arrecidos de frío, esta buena gente del campo nos invitan a entrar y calentarnos en la cocina en la que prenden dos troncos de almendro que nos reconfortan del frío que nos llega hasta los huesos.
De pronto dejo mi sueño y me siento privilegiado de vivir en otra época en la que, con dificultades, se tienen todas las comodidades y la tripa llega de migas.
Después de una pequeña charla sobre la política de Oria, los que gobiernan y los que podían haber gobernado, vuelvo de nuevo a mi sueño.
Me encuentro de nuevo en la vieja casa de adobe junto a la cocina, la dueña de la casa acaba de sacar medio pan que hace una semana horneo para su familia, esta un poco duro el pan pero bueno, con el hambre que tenemos... detrás viene su hombre, como ella llama a su marido, con un plato lleno de tocino y algunos chorizos, los ojos se nos llenan de lagrimas a mi padre a y mi, nos acordamos del resto de la familia que ha quedado el nuestra pequeña choza.
Comemos hasta hartarnos y mi padre charla con la familia recordando vivencias anteriores y lo difícil de los años que estamos pasando, recuerdan parentescos “mi abuela y tu abuela eran primas hermanas”, dice Lucas, el dueño de la casa, aquí aunque familias lejanas, se tiene un respeto y un cariño desmedido.
Mi padre comenta a Lucas la situación en la casa “he salido en busca de algo, de unas almendras que hayan quedado en el suelo después de la recogida, pero apenas hemos encontrado media docena”, “mi mujer, mis hijos, nosotros, la familia no aguantaremos el invierno”.
Charlando de mil y un problemas nos quedamos dormidos sobre un colchón de hecho con las hojas de la panocha del maíz, al menos estamos calientes y con la tripa llena, mañana será otro día, aunque no dejamos de pensar en los nuestros que no tenían tanta suerte como nosotros.
Al día siguiente, y cayendo copos de nieve, salimos de nuevo hacia Oria, con la intención de poder conseguir algo de comida por el camino, pero María, la esposa de Lucas ya nos tenia preparado un saco con provisiones, ¡¡que familia, quitarse de sus necesidades para darnos a nosotros!!
No sabíamos que llevábamos dentro, pero estábamos seguros por el peso, que era bastante.
Por el camino nos encontramos un conejo que había caído en una trampa, no se quien la pondría, pero el conejo se vino con nosotros y al llegar a casa, nuestra llegada fue como una fiesta, ese día podrían comer todos gracias al generoso corazón de María y Lucas.
También nos cargamos con un buen haz de leña, había que calentar la casa, durante el día volveríamos de nuevo al monte para seguir buscando alguna rama seca, aunque humera por la nevada, para poder venderla en el pueblo al señoriíto de turno.
Con que poco éramos felices, con una comida al día aunque esta no fuera muy abundante.
Mi padre fue deteriorándose en los días siguientes y tenia que quedarse en casa metido en la cama o junto a la lumbre tapado con una vieja y maloliente manta, así que junto a mi hermano pequeño hacia pequeñas incursiones por la sierra y poder recoger un poco de leña para la casa y venderla, no teníamos la suerte de poder disponer de un borriquillo, así es que a la espalda teníamos que llevarla, descansando de vez en cuando.
Pocos días después nuestro padre empeoro y temíamos lo peor, una fría madrugada nos dejo, se quedó como un pajarico, ya ha descansado de esta dura vida, ahora yo soy el que tengo que sacar a la familia adelante, y me prometí sacarla fuera como fuera y me acorde de una leyenda que corría por el pueblo, la montaña hueca, donde dicen, había una mezquita y muchas joyas y oro dejado por los moros en su huida del pueblo... y me puse a buscar la entrada a la cueva, así me pasé días y días, aprovechando el monte para llevar algún leña a casa y algún animal al que sorprendía en alguna ladera, corría yo más que las liebres... y es que el hambre hace milagros.
Buscando cuevas, las que encontraba no llevaban a ningún sitio, pero yo estaba seguro que “cuando el río suena, agua lleva” y que si la gente del pueblo hablaba de una peligrosa cueva, peligrosa seria, pero allí debería estar, en algún rincón del monte, quizás tapada con matorrales, mi corazón me decía que estaría allí, esperándome.
Decían que algunos la habían buscado y el que la encontrara nunca regreso, pero yo tenia que salvar a mi familia y me importaba poco morir en el intento. Ganar o perder, que más me dada, ya lo tenia todo perdido ¿que más podía perder?
De vez en cuando, en los momentos que podía escaparme un rato, me iba al monte, buscaba y buscaba pero nada encontraba, pero siempre aprovechaba el regreso para volver cargado de leña, tomillo o romero para destilarlo y sacar alcohol para los dolores por un golpe o simplemente para aplicarlo en los enfriamientos que eran muy frecuentes, sobre todo en las épocas de invierno.
También recogía otras plantas del campo, mi madre sabía para que servía cada una, el eucalipto para tomar vahos de calientes después de hervirlo y montones de aplicaciones, esas mismas plantas en la botica tenían precios prohibitivos y poca gente tenia acceso a comprarlas, solo los señores del pueblo, a los que envidiaba por tener de todo y para todo.
Un día llegue a mi casa y mi madre me mandó a por agua a la fuente junto a la Basílica, llene la vieja cantara de agua fresca y antes de marchar llenarme el estomago de aquella rica agua recién salida de las entrañas de la tierra.
Estaba muy fría, además de frió invierno que estábamos pasando y estuve a punto de irme dirección a El Cantalar, vamos, al cementerio, pero mi juventud y los cuidados de mi madre fueron suficientes para que aquel espasmo lo superara con éxito.
¡¡Hay que ver, porque poco te mueres, un trago de rica y fresca agua!!, pensaba, el agua que siembre ha sido fuente de vida y en aquella ocasión por pocas las espicho.
La primavera comenzaba a florecer en los campos y el tiempo mejoraba pasados los fríos meses de invierno, ¡¡por fin llega el buen tiempo!! Decían las gentes del pueblo, pronto llegara la siega, muchos nos marcharemos a la “siega de arriba” y después a la “siega de abajo”, traeremos algún dinero que nos ayudara a poder seguir subsistiendo, entre esto, la recogida de la almendra y lo que vaya saliendo podremos salir adelante.
Entre los quehaceres de la casa, el trabajo, el poder llevar un trozo de pan cada día, seguía pensando en la famosa cueva de la que todo el mundo hablaba y nadie conocía.
Un día, camino de Daimuz, pase por la casa de mis parientes y me estuve un buen rato hablando con Lucas, y a él le comente lo que estaba pensando, me hablo de la cueva y de que todo el que había intentado buscarla había desaparecido, no había vuelto. Me afirmó que era una locura el buscar es cueva, que era una aventura peligrosa y que me olvidara de ella.
Pero la charla que podría haber influido en mi negativamente, surtió el efecto contrario, me animó si cabe mucho más a seguir buscando.
Lucas me hablo del Carbonero y su pandilla y de que le habían robado el poco grano que había recolectado el año anterior, me dijo que la siembra de este año estaba creciendo muy buena y que tendríamos una nueva siega, seguida de la trilla en la vieja era frente a la casa.
Me ofreció trabajar con el en el campo ya que no podía hacer todo el trabajo a pesar de la ayuda que le proporcionaba su mujer... y yo, necesitado de llevar cuartos (dinero) a casa, o comida, acepte complacido, me adelantó 30 reales y aquello era para mi todo un mundo ya que lo más cercano que había tenido el dinero era en la casa de la señorita del pueblo.
Recorriendo la Rambla, pasando por los caseríos y molinos del valle, iba dándole vueltas a la pelota (la cabeza), sobre el Carbonero y el porque de sus robos a los labriegos, y me veía montado sobre un hermoso caballo cabalgando junto al más famoso bandido de todos los tiempos, su familia seguro que no pasaría hambre, aunque tuviera que jugarse la vida cada día... eso no me preocupaba, lo de jugarme la vida, pero si, el tener que quitar a los demás lo que habían conseguido con tanto sudor.
Mis años jóvenes me hacían soñar y soñar sobre mil y una aventuras y quería tener nuevas experiencias, mi inquietud era constante y el hambre que se pasaba agudizaba los sentidos.
En un recodo de la rambla me salieron al paso dos hombres cabalgando sobre dos mulas, las pobres estaban tan ambientas, sucias y viejas, que no tenia ni ganas de moverse.
Uno de los dos hombres me dijo “a donde vas joven” y le conté que a Oria a mi casa, el me dijo que si tenia algo de valor encima y le dije que no, me vio la pinta que llevaba y no insistió, imaginaros si se da cuenda de que en mi bolsillo portaba los 30 reales que me había adelantado mi nuevo protector.
Me llevaron a una cueva cercana a la rambla y me obligaron a pasar la noche con ellos, m ofrecieron algo de comer y una manta, así es que tampoco pase una mala noche, ya había pasado otras peores.
Les pregunté quienes eran y me dijo uno de ellos que era Antonio “El Carbonero”, el bandido más astuto de la comarca, cuyo apodo le venia de su oficio, que era también el de su padre. Me comentó que su pareja sentimental se llamaba Isabel tenia dos hijos con una joven llamada Catalina, me comentó muy orgulloso que se había escapado de la cárcel de Cuevas del Almanzora, que había nacido en Nervio (Albacete), pero allí era muy conocido y decidió cambiar de aires por lo que pudiera suceder, el otro era “El Espadilla”, pero hablaba poco y mal.
Me recomendó que la próxima vez llevara algún dinero en el bolsillo, que se lo pidiera a mi madre, porque de lo contrario lo pasaría mal, a mi me parecieron dos pobres hombres.
Mis sueños de ser bandolero se me quitaron esa noche, que vida Dios mió, no era lo que yo pensaba de esa vida nómada y escapando constantemente de la Guardia Civil.
Ahora mis sueños seguían en la famosa cueva que nadie sabia donde estaba y que, él que la había localizado nunca más volvió al pueblo con vida.
Comencé a trabajar con mis parientes en las labores del campo y así podía socorrer a mi pobre madre, mis pequeños hermanos y el resto de la familia que pasaban más hambre…
Entre trabajo y trabajo me escapaba a la sierra y seguía buscando la cueva que yo estaba seguro existía.
Un día de otoño, recogiendo leña por la ladera, vi como dos ardillas salían de un matorral y se subían al primer pino que encontraron, en el matorral había gran cantidad de piñas piñoneras y me entretuve en sacar los piñones que quedaban en una de ellas, le estaba “robando” la comida a los pobres animalicos, pero unos sabrosos piñones no me venían mal con el hambre que ya comenzaba a tener.
Me abrí paso entre el Matorral y vi como una gran oquedad en la piedra se abría paso frente a mi, con dificultad me fui introduciendo dentro de la cueva, que con el arrastre de agua había tapado parte de la misma y tenia que andar agachado en algunos tramos de la misma.
De pronto sobre el suelo de tierra vi asomar parte de unos restos humanos, aquello me impresionó tanto que salí de allí como lo hace una liebre, como se suele decir popularmente “quitándome avispas del culo…”.
Aquella impresión me duro días, semanas… pero nada quise decir a mi madre para que no se preocupara, bastante tenia ya la pobre mujer…
Pero yo me consideraba valiente y seguía pensando en la posibilidad de haber triunfado en la vida, aunque fuera a costa de mi vida, total, para la vida que teníamos...
Unos de mis días cotidianos, hablando con unos labriegos del lugar, me contaron ¿“te has enterao que han cogio al “Carbonero y se lo han cargao, además, han encontrao un montón de cosas robas en una casa con doble fondo”?
Yo entre mis adentros me dije, menos mal que no insistí en quedarme con esos bandoleros, porque yo podía haber caído en la misma emboscada.
Aquello hizo pensar lo arriesgada que es la vida, sobre todo cuando se va por mal camino.
...pero lo de la cueva sigo sin descartarlo y cualquier día vuelvo de nuevo al monte y sigo investigando.
El día amaneció soleado y brillando sobre la sierra de Las Estancias, cogí una soga y me dirigí por el caminico que ya conocía hasta la entrada de la cueva, por el camino recogía alguna leña seca y la iba amontonando para, al regreso, cargarme con ella y venderla en el pueblo al señorito de turno, de paso cogía esparto y lo amarraba fuertemente creando antorchas con el.
Al llegar a la puerta de la cueva me corrió un escalofrió por todo el cuerpo, volver a ver el esqueleto de aquel muerto... ¿por qué estaría allí, como moriría?, preguntas que después tendrían respuesta.
Me volví a introducir en la cueva, los morciguillos “murciélagos”, colgaban de los techos de la cueva, el hedor era muy fuerte y cualquier ruido me asustaba hasta el limite de pensar en volverme.
Seguí hacia el fondo de la cueva y apenas veía nada, tropezaba en todo y encendí una de las antorchas que había preparado, aquello se consumía con tal rapidez y los morciguillos escapaban del humo y el fuego, que seguía asustado.
De pronto me encontré con varias galerías en diferentes direcciones y opte por coger la más grande, solo me quedaban dos tochos de esparto y pensaba ¿cómo vuelvo después sin luz?.
Pero de pronto vi una tenue luz al fondo de la cueva y seguí más rápido hacia el fondo, se me apagó la antorcha pero seguí sin encender otra ya que solo me quedaban dos, de pronto tropecé y caí sobre un abismo chocando contra unas rocas y después sumergiéndome sobre un lago de agua comenzando a nadar como pude en dirección a donde divisaba la luz después de haber sufrido magulladuras en todo mi cuerpo, pero en aquel momento no me percate de los cortes que me había producido el golpe.
Poco a poco podía ver mejor la luz del fondo y las plantas que colgaban del techo, estaba cansado de nadar, pero quería salvar mi vida y sobre todo descubrir que era aquello que veía al fondo.
No recuerdo nada más porque perdí el conocimiento, pero al recuperarme me encontré con una panorámica impresionante, algo que jamás había visto en mi vida, lo que, según decía la gente, podía ser un paraíso.
Mujeres vestidas con trajes blancos bailaban alrededor mío con una música que jamás había escuchado, me levanté y seguí viendo plantas colgando sobre las paredes que caían desde una especie de pozo, realmente aquello ere al paraíso sin duda.
Seguí recorriendo aquel tremendo lugar rodeado por el lago, donde había pájaros de mil colores y frutas que no conocía colgando de las plantas... y comí hasta saciarme. Que maravilla, nunca me había sentido tan feliz y tan reconfortado.
Después de un largo recorrido por aquel recinto, volví al lugar donde había partido, sobre el agua, junto a mi, boca abajo, flotaba el cadáver de un hombre. Con un largo y fino tronco fui arrimando hacia mi aquel cuerpo al que conseguí coger con mis manos, pero sorpresa para mi, al darle la vuelta vi que era yo mismo, mi cara, mi cuerpo... ¿que pasaba, estaba reflejándome en el agua?., pero no. Era yo y estaba muerto, Dios mío.
De pronto, en aquel momento me desperté de mi sueño, estaba sentado frente a la chimenea era el año 2007, una noche de invierno y las historias que me había contado mi anfitrión me habían producido un sueño que me había trasportado unos 70 años atrás.
Me levante de la silla de nea y me asome a la ventana, todo Oria estaba nevada, un paisaje precioso, mire hacia la alcazaba sobre el montículo rodeado del pueblo...y pensé de nuevo en como seria la vida en el pueblo a comienzos del siglo pasado... y me sentí feliz de vivir en este momento, en esta época, había sido una experiencia fantástica... soñar en Oria.
lunes, 2 de febrero de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario